martes, noviembre 20, 2007

Plumas con pólipos

Curso académico 96-97. 1º de BUP. Comienza la secundaria para un pardillo con mostachete cuyo mayor divertimento seguía siendo imaginar universos paralelos con sus pequeños lego. El instituto pasó aquel año de ser un anhelo dibujado en los cristales del colegio al choque hormonal que cambia entendimientos. Todo era novedoso: las clases, los compañeros, el ambiente, ... Entre tanta estimulación surgieron una serie de maestros de los que aún hoy conservo la impronta: las increibles escenificaciones de Don Adelino García Brión subido a su mesa intentando imbuirnos con el espíritu del homo sapiens sapientísimo, los chistes del profesor Mourelo, siempre tan aritmético y vectorial en sus apuntes como ácido en sus comentarios, las campechanas indicaciones del tutor Sucasas cargadas de sentido paternal, o la excéntrica puntualidad británica de la profesora de latín. Sin embargo, el mayor personaje de aquel año llegaba a una asignatura tan insulsa e insustancial para mí como lo eran en aquel momento las ciencias naturales. Cuando llegó la primera clase por la puerta entró lo que mi cerebro asoció automáticamente con un biólogo antisocial cargado de excentricidades: gestos, sentencias y miradas que remarcaban sobre nuestras impresionables cabezas una distancia abismal. En nueve meses de clase apenas modificó su vestuario: el mismo plumífero (alterado en un par de ocasiones por una chaqueta de ante), el bigote grisáceo, una canosa y lisa melena recogida en coleta baja, una misma camisa de leñador combinada con vaqueros y náuticos impertérritos para marcar un paso cuasi esperpéntico por el aula. Sus clases diseccionaban la vida cómo si de una inmensa concatenación de diagramas se tratara; con cada categoría, una especie; con cada especie, una subespecie; y así eternamente hasta convencernos de que la más ínfima partícula comprendía nuestro aún inocente por aquel tiempo sentido de la vida. Con sus discursos han quedado araos sobrevolando mi cabeza y de sus lecciones recuerdo cómo si fuera ayer dos píldoras: Hablaba con las bestias, los peces, y los pájaros de Konrad Lorenz (conservo con cariño este libro que me explico el sentido de la relación entre los animales) y un libro portugués de fotografía que tuve el gusto de traducir para él.

Así quedo congelado en mi cabeza Manuel Vilariño. Hoy leo el periódico y mi querido Ramonch me lo desenmascara: ha recibido el Premio Nacional de fotografía, y ha participado en la pasada Bienal de Venecia.

Mis felicitaciones Manolo, la sorpresa me ha dejado entumecido. En ocasiones me quedo perplejo. Espero algún día poder volver a echar una quiniela contigo.

sábado, noviembre 10, 2007


Por Carlsoues, de Filmica.com