Cada día el mazo de la civilización me sacude de la cama como si fuera un saco de patatas al almacén y me arroja a las entrañas electrificadas de la ciudad. Cada vez que me subo al metro me remueve la sensación de ser digerido por los intentinos del gigante como un nutriente más de su sustento. Cada vagón se rellena de individuos hasta adquirir la consistencia adecuada para borrar de sus mentes cualquier indicio de exclusividad y licuarlos en una conciencia colectiva. Así, cada día del año, en un ciclo perfecto del que ninguno puede escapar y en el que todos tratan de avanzar, la humanidad se autoregurgita de veinticuatro en veinticuatro horas mientras el progreso continúa en las estanterías del buffet prohibido.
Hay quien dice que la vida no tiene nada que ver con lo que vivimos, pero siempre es sobrecogedor y caritativamente esperanzador sentir como esta brota entre el asfalto, quebrando el compuesto y rompiendo la linealidad y ortogonalidad de nuestras estructuras para desdecir al incrédulo. Así se comprende que el hombre se hacine y someta a la ciudad: al abrigo de la colectividad, cada uno de nosotros procura su foco de energía interior para poderlo proyectar más allá de nuestros pensamientos, irradiando vida pese a la contrariedad.
Lo cierto es que la idea se acerca al vertedero donde cada uno busca su permanencia mientras los niños juegan entre los escombros y desechos sin más preocupación que el transcurso de las circunstancias. Es necesario coger impulso para unirse a la corriente sin perder el conocimiento en medio de la marea.
He de confesaros que toda esta inquietud me ha sobrevenido después de ver un film de Geoffrey Reggio llamado Koyaanisqatsi en el que no me quedo más remedio que sentirme insecto y reflexionar durante una vuelta a casa amenizada con música del Este. Una vez más me ha superado la ironía. Sin humor es imposible vivir, mientras la humanidad se pudre en los andenes del metro, yo persigo a una banda serbia por los rincones de Madrid dispuesto a cubrirles la frente de billetes (del monopoly, evidentemente!).