martes, marzo 30, 2010
Un gorrión en tu dedo
¿Dónde acabará el encabezamiento de nuestra carta?
¿Cómo se avivará el rescoldo de la llama?
¿Será tan intenso el entendimiento; tan largo llegará la mecha?
Si me asomó a las lindes del futuro dudo de mí,
cuanto más de aquello que me rodea.
Los pájaros sólo son bellos mientras vuelan, como la imaginación.
Y la mía surca el infinito cada vez que se ciñe a ti.
Pero hoy no la necesito,
prefiero tu carne tostada a las nubes del ensueño.
Ahora bien,
cuando se despereza remonta el vuelo; entonces,
se revuelve y alcanza
el amor anciano, la savia injertada
por el indiviso ajeno
gramando con los años en el afecto un anhelo.
Subieran las migratorias muchas primaveras tu ventana
para abanicarte de flores y hojas caídas;
de equinoccio en equinoccio,
siembra tras siembra,
en la mañana,
cada día.
Ya se recoge;
vuelve sediento y come de mi mano.
No hay más rama que el presente
ni mayor descanso que tu cuerpo turgente.
Y luego, el resto.
Perdido ya el miedo, camino del estado translúcido,
difuminado mi espíritu con el aire
(colapso en la esencia universal)
para que te cruces a través de mi
y no me sientas.
Tan sólo una liviana huella sobre la seda de tu piel morena,
una leve marca de amor
que testifique mi locura
y se imprima en tus caderas,
endémica inquietud.
Disueltos los huesos al polvo que cubren los nichos;
sólo entonces se alcanza la paz,
tedio y sopor de los muertos
libres de la enfermedad, inmunes
al delirio, la pasión, el amor.
¡Que somos los humanos de naturaleza incierta!
Candelas incendiarias en el tiempo,
transcurso pendular del vientre a la inmensidad
donde apenas se esbozan las palabras
ni la insinuación de un latido.
Pero resta que comiences a caminar, que tomes el pulso a tu destino.
Yo solo soy una hermosa flor más en tu valle,
color en contraste con las nubes.
Llévame de paseo entre tu pelo.
Primero, sé feliz. Y luego, el resto.
¿Cómo se avivará el rescoldo de la llama?
¿Será tan intenso el entendimiento; tan largo llegará la mecha?
Si me asomó a las lindes del futuro dudo de mí,
cuanto más de aquello que me rodea.
Los pájaros sólo son bellos mientras vuelan, como la imaginación.
Y la mía surca el infinito cada vez que se ciñe a ti.
Pero hoy no la necesito,
prefiero tu carne tostada a las nubes del ensueño.
Ahora bien,
cuando se despereza remonta el vuelo; entonces,
se revuelve y alcanza
el amor anciano, la savia injertada
por el indiviso ajeno
gramando con los años en el afecto un anhelo.
Subieran las migratorias muchas primaveras tu ventana
para abanicarte de flores y hojas caídas;
de equinoccio en equinoccio,
siembra tras siembra,
en la mañana,
cada día.
Ya se recoge;
vuelve sediento y come de mi mano.
No hay más rama que el presente
ni mayor descanso que tu cuerpo turgente.
Y luego, el resto.
Perdido ya el miedo, camino del estado translúcido,
difuminado mi espíritu con el aire
(colapso en la esencia universal)
para que te cruces a través de mi
y no me sientas.
Tan sólo una liviana huella sobre la seda de tu piel morena,
una leve marca de amor
que testifique mi locura
y se imprima en tus caderas,
endémica inquietud.
Disueltos los huesos al polvo que cubren los nichos;
sólo entonces se alcanza la paz,
tedio y sopor de los muertos
libres de la enfermedad, inmunes
al delirio, la pasión, el amor.
¡Que somos los humanos de naturaleza incierta!
Candelas incendiarias en el tiempo,
transcurso pendular del vientre a la inmensidad
donde apenas se esbozan las palabras
ni la insinuación de un latido.
Pero resta que comiences a caminar, que tomes el pulso a tu destino.
Yo solo soy una hermosa flor más en tu valle,
color en contraste con las nubes.
Llévame de paseo entre tu pelo.
Primero, sé feliz. Y luego, el resto.
Celos
Hoy sentí el escalofrío de los celos bajo una dulce melodía de jazz.
Era una melodía nocturna,
hermosa como el brillo de la media luna,
uno de esos momentos en que se encoge el alma,
una suave marca que se imprima en tu recuerdo.
El blanco de tus ojos brillaba como las perlas,
flotabas en las estrellas y tu piel transpiraba jazmín
-imaginación prodigiosa-.
¡Te veías tan hermosa!
Pero, Dios, ¡cuánto dolor al ver todo hundido!
No era yo el que estaba contigo.
Toda la alegría se torno vacío,
amargura que empalaga, llanto en la garganta.
Como marca el destino,
sin aflicción,
sereno
y
compasivo.
Sin embargo, he aprendido.
He aprendido con la belleza de ese sueño,
aprecio ahora el valor de tu compañía inmerecida,
pues apartado el fatuo velo del miedo
surgía tu presencia envuelta en el delirio del alma mía.
Estoy aprendiendo a amarte.
-Ten cuidado con tu niño, sabes que es un alumno decidido.-
Era una melodía nocturna,
hermosa como el brillo de la media luna,
uno de esos momentos en que se encoge el alma,
una suave marca que se imprima en tu recuerdo.
El blanco de tus ojos brillaba como las perlas,
flotabas en las estrellas y tu piel transpiraba jazmín
-imaginación prodigiosa-.
¡Te veías tan hermosa!
Pero, Dios, ¡cuánto dolor al ver todo hundido!
No era yo el que estaba contigo.
Toda la alegría se torno vacío,
amargura que empalaga, llanto en la garganta.
Como marca el destino,
sin aflicción,
sereno
y
compasivo.
Sin embargo, he aprendido.
He aprendido con la belleza de ese sueño,
aprecio ahora el valor de tu compañía inmerecida,
pues apartado el fatuo velo del miedo
surgía tu presencia envuelta en el delirio del alma mía.
Estoy aprendiendo a amarte.
-Ten cuidado con tu niño, sabes que es un alumno decidido.-
Suspiro en re menor
Cuando el piano de Rachmaninov rompió a tocar,
brilló tu pupila en mi devenir.
La misma melodía se ha cernido sobre mí durante años,
conocido cada acorde de amor hasta la saciedad y el hastío.
Podría cerrar los ojos y repetir sus pausas,
quizás incluso hasta sus suspiros.
Los dedos se agarrotan y el pulso se parte
pero la melodía sigue pareciendo tan fresca y romántica como el primer día.
Se acaba el virtuosismo, doblo el espinazo
y el público aplaude al portento inerte.
Nadie me ve, sólo admiran el espectáculo.
Yo no estoy,
ni siquiera soy.
Mas brilló tu pupila en mi porvenir,
y ardió mi pecho al verlo tus ojos.
Estabas allí en medio del público pero no aplaudiste mi bis.
Sonreías con gusto (me lo dijeron tus comisuras),
como si el concierto fuera una vil excusa para cruzar el tiempo y salir a mi encuentro.
Te daba igual la fuerza, el temperamento o la firmeza
tú mirabas y sonreías en silencio.
Ahora estoy frente a ti.
El público se ha difuminado y sólo quedamos, solos, tú y yo.
Es el 2º movimiento.
Sostienen tus pequeños dedos mi corazón
y yo beso tu pecho antes de caer dormido.
En el sueño tú bailas. Bailas y me llamas sin cesar
pero mi mano, tan valiosa, no te alcanza
y maldigo el don,
y repudio la virtud.
Entonces,
un ángel etéreo encarnado en ti, me salva del dolor
con un beso al despertar.
- “Eres tan bella y yo tan pobre.
Has desnudado mi cuerpo de soberbias
para tumbarlo junto a ti,
libre y absorto en tu presencia.
En aquel escenario inmenso
sólo me mirabas tú;
en aquella soledad tan expuesta
despejaste todos los estorbos para contemplar al hombre
y reclamar su atención.
Ahora me entrego a ti
sin saber donde acaba este momento
ni cómo pudo venirse tan pleno,
apenas florecido.
Siento y con eso me basta para saber que siempre estuve equivocado:
que el amor no se gana ni se pelea,
que los corazones se amaestran con bondad y paciencia
y que la vida es tan larga como cada beso que nos ofrecemos.
Será eterno o efímero, pero será,
al fin y al cabo,
un amor pleno e imperecedero.”
brilló tu pupila en mi devenir.
La misma melodía se ha cernido sobre mí durante años,
conocido cada acorde de amor hasta la saciedad y el hastío.
Podría cerrar los ojos y repetir sus pausas,
quizás incluso hasta sus suspiros.
Los dedos se agarrotan y el pulso se parte
pero la melodía sigue pareciendo tan fresca y romántica como el primer día.
Se acaba el virtuosismo, doblo el espinazo
y el público aplaude al portento inerte.
Nadie me ve, sólo admiran el espectáculo.
Yo no estoy,
ni siquiera soy.
Mas brilló tu pupila en mi porvenir,
y ardió mi pecho al verlo tus ojos.
Estabas allí en medio del público pero no aplaudiste mi bis.
Sonreías con gusto (me lo dijeron tus comisuras),
como si el concierto fuera una vil excusa para cruzar el tiempo y salir a mi encuentro.
Te daba igual la fuerza, el temperamento o la firmeza
tú mirabas y sonreías en silencio.
Ahora estoy frente a ti.
El público se ha difuminado y sólo quedamos, solos, tú y yo.
Es el 2º movimiento.
Sostienen tus pequeños dedos mi corazón
y yo beso tu pecho antes de caer dormido.
En el sueño tú bailas. Bailas y me llamas sin cesar
pero mi mano, tan valiosa, no te alcanza
y maldigo el don,
y repudio la virtud.
Entonces,
un ángel etéreo encarnado en ti, me salva del dolor
con un beso al despertar.
- “Eres tan bella y yo tan pobre.
Has desnudado mi cuerpo de soberbias
para tumbarlo junto a ti,
libre y absorto en tu presencia.
En aquel escenario inmenso
sólo me mirabas tú;
en aquella soledad tan expuesta
despejaste todos los estorbos para contemplar al hombre
y reclamar su atención.
Ahora me entrego a ti
sin saber donde acaba este momento
ni cómo pudo venirse tan pleno,
apenas florecido.
Siento y con eso me basta para saber que siempre estuve equivocado:
que el amor no se gana ni se pelea,
que los corazones se amaestran con bondad y paciencia
y que la vida es tan larga como cada beso que nos ofrecemos.
Será eterno o efímero, pero será,
al fin y al cabo,
un amor pleno e imperecedero.”
Largo invierno sin calma
Acaricio mis dudas mesándote los cabellos.
Se te eriza la nuca.
Tu orgasmo se intuye en el lejano aliento que se desliza sobre el cristal.
Mi garganta se embota de resentimiento.
Largo Invierno sin calma,
estación sin armonía,
depresión en azul.
Soterrado bajo la costumbre mascullo mi infidelidad,
pauta y orden original para el pecado por purgar;
ya se reponen las brumas
donde un día (aún recuerdo) se esbozaron los claros,
lienzo sobre el que migraban las aves en premonición,
buscando el calor, la continuación.
Largo Invierno sin calma,
estación sin armonía,
depresión en azul.
Mi devenir es otro, no me cabe duda.
Busco y no me sacio,
rechazo apenas pruebo sin dar licencia ni réplica.
Mustios los labios,
enjugo mis mejillas antes de llorar
el caduco ímpetu de la cobardía asumida.
Largo Invierno sin calma,
estación sin armonía,
depresión en azul.
¿Cómo abrazarte si sólo pertenezco al desprecio?
Marcado por las pulsiones humanas me aproximaré, sin pensar,
al filo de este vértigo terrenal:
Ansío
el sosiego cálido que recuerda los fríos paramos,
la estepa cristalina donde refulge la lumbre,
la quimera del amor recíproco;
sólo topo un consuelo:
soledad.
Se te eriza la nuca.
Tu orgasmo se intuye en el lejano aliento que se desliza sobre el cristal.
Mi garganta se embota de resentimiento.
Largo Invierno sin calma,
estación sin armonía,
depresión en azul.
Soterrado bajo la costumbre mascullo mi infidelidad,
pauta y orden original para el pecado por purgar;
ya se reponen las brumas
donde un día (aún recuerdo) se esbozaron los claros,
lienzo sobre el que migraban las aves en premonición,
buscando el calor, la continuación.
Largo Invierno sin calma,
estación sin armonía,
depresión en azul.
Mi devenir es otro, no me cabe duda.
Busco y no me sacio,
rechazo apenas pruebo sin dar licencia ni réplica.
Mustios los labios,
enjugo mis mejillas antes de llorar
el caduco ímpetu de la cobardía asumida.
Largo Invierno sin calma,
estación sin armonía,
depresión en azul.
¿Cómo abrazarte si sólo pertenezco al desprecio?
Marcado por las pulsiones humanas me aproximaré, sin pensar,
al filo de este vértigo terrenal:
Ansío
el sosiego cálido que recuerda los fríos paramos,
la estepa cristalina donde refulge la lumbre,
la quimera del amor recíproco;
sólo topo un consuelo:
soledad.
Nota a Carmen
Posando el cáliz de mi medianía,
te siento en Túnez
y me siento poso,
melancolía.
Trae la voz de Joao Gilberto
tu recuerdo a la mañana:
(“Haja o que houver,
há sempre um homem para uma mulher”)
ese “Buenos Días” tan cálido,
tan tuyo.
Y retomo la copa
para encoger tu ausencia:
se dilata mi esclavitud,
como un trago amargo en la boca.
Escarchado de tedio,
mi abrigo consuela la ausencia de tu abrazo
impronta indeleble.
Tienes razón,
el vino no me desarrolla el ingenio
(pero me calma el espíritu);
aún falta para el mediodía
pero sé
que mi Sol se puso hasta el viernes:
no sufro …
-pero me muerdo los labios-
Me ha dicho Neruda que
“Todo lo llenas tú,
todo lo llenas.”
Él me ha enseñado el Amor
así que no pienso llevarle la contraria.
Después de atravesar
las entrañas de la ciudad,
me frené a conocerte
como un domingo cualquiera
al aroma del pan caliente.
Ya se disipa la aurora;
se templarán las calles
anunciando otras 24h.:
“Haja o que houver,
há sempre um homem para uma mulher.”
te siento en Túnez
y me siento poso,
melancolía.
Trae la voz de Joao Gilberto
tu recuerdo a la mañana:
(“Haja o que houver,
há sempre um homem para uma mulher”)
ese “Buenos Días” tan cálido,
tan tuyo.
Y retomo la copa
para encoger tu ausencia:
se dilata mi esclavitud,
como un trago amargo en la boca.
Escarchado de tedio,
mi abrigo consuela la ausencia de tu abrazo
impronta indeleble.
Tienes razón,
el vino no me desarrolla el ingenio
(pero me calma el espíritu);
aún falta para el mediodía
pero sé
que mi Sol se puso hasta el viernes:
no sufro …
-pero me muerdo los labios-
Me ha dicho Neruda que
“Todo lo llenas tú,
todo lo llenas.”
Él me ha enseñado el Amor
así que no pienso llevarle la contraria.
Después de atravesar
las entrañas de la ciudad,
me frené a conocerte
como un domingo cualquiera
al aroma del pan caliente.
Ya se disipa la aurora;
se templarán las calles
anunciando otras 24h.:
“Haja o que houver,
há sempre um homem para uma mulher.”
9:36 A.M.
- Butano!! Butano!!
El minutero sesga el tiempo
cercenando todo lo onírico,
ensoñaciones de vigilia
colándose por el lavabo.
Otra mañana y al hoyo me escupe
el cinismo, mi comodidad.
Alcantarillas
en el techo,
perspectiva de rata al súbito despertar;
hacinado en un vagón por las arterias de la ciudad
surco el Hades con Pessoa:
huele a colutorio y a prensa gratuita;
hay miradas pudorosas, arrepentidas de ser
que se cobijan entonces en el dolor de un acordeón búlgaro,
libre y auténtico como la más pura de las voluntades.
Ríos bajo la urbe
en secuencia de carga y descarga:
somos fuentes de energía perecedera al fin
y al cabo.
Como en una periódica subida hacia el Patíbulo
cada mañana,
camino del trabajo,
trato de extrañar todo aquello que formó parte de mí,
pero que ya no me pertenece,
enajenado ya y por siempre
en la vorágine del hormiguero universal.
El minutero sesga el tiempo
cercenando todo lo onírico,
ensoñaciones de vigilia
colándose por el lavabo.
Otra mañana y al hoyo me escupe
el cinismo, mi comodidad.
Alcantarillas
en el techo,
perspectiva de rata al súbito despertar;
hacinado en un vagón por las arterias de la ciudad
surco el Hades con Pessoa:
huele a colutorio y a prensa gratuita;
hay miradas pudorosas, arrepentidas de ser
que se cobijan entonces en el dolor de un acordeón búlgaro,
libre y auténtico como la más pura de las voluntades.
Ríos bajo la urbe
en secuencia de carga y descarga:
somos fuentes de energía perecedera al fin
y al cabo.
Como en una periódica subida hacia el Patíbulo
cada mañana,
camino del trabajo,
trato de extrañar todo aquello que formó parte de mí,
pero que ya no me pertenece,
enajenado ya y por siempre
en la vorágine del hormiguero universal.
Inocencia encanutillada
No hay silencio como el de un folio en blanco:
escueto, doliente, confuso,
que araña y que cohíbe
con cada letra que se le imprime.
Sin permiso y con impunidad
(a fin de cuentas lo mismo da),
en ocasiones a conciencia,
en otras por descuido
rasgo su pulcritud
como se rasga un himen al amanecer.
Pensando que conseguí
colmar sus márgenes de hermosas palabras,
vuelvo la vista atrás
y me mordisquea la vergüenza.
Así surgió la literatura:
entre el asco y la impotencia,
mancillando papeles vírgenes
por la rabia contenida
de otro folio en la basura.
escueto, doliente, confuso,
que araña y que cohíbe
con cada letra que se le imprime.
Sin permiso y con impunidad
(a fin de cuentas lo mismo da),
en ocasiones a conciencia,
en otras por descuido
rasgo su pulcritud
como se rasga un himen al amanecer.
Pensando que conseguí
colmar sus márgenes de hermosas palabras,
vuelvo la vista atrás
y me mordisquea la vergüenza.
Así surgió la literatura:
entre el asco y la impotencia,
mancillando papeles vírgenes
por la rabia contenida
de otro folio en la basura.
lunes, marzo 29, 2010
Las palabras son mi único tesoro. Sé que son capital fatuo, neblina de sensaciones que se disipan al despuntar el Sol, pero ellas son las únicas que me encarnan, que me comprenden, que me hacen persona y me proyectan hacia los demás. He pasado mucho tiempo en silencio, demasiado quizás para mi salud emocional, pero la vida tiene estas cosas y lo último que me permitiría sería escribir por escribir.
Ahora me siento en el balcón imaginario de los sueños y mientras las nubes desfilan por el cielo de Madrid, me creo que esa debe ser la forma de mi alma: una nube tierna mecida por los vientos del destino que la llevan de aquí para allá según los caprichos de la atmósfera.
Ahora me surge una duda: ¿Y si la nube descubre su paisaje ideal y quiere quedarse a formar parte de él durante el resto de su existencia? ¿No tienen derecho los nómadas a asentar sus huesos en la tierra fértil que les facilita la existencia?
Como decía antes, mis palabras son mi único tesoro. Por eso hablo. Y por eso yerro. Porque sólo son palabras, y como dice el refranero, se las lleva el viento. Pero no me creo que todas se disipen, sé que alguna ha alcanzado su lugar deseado y es por ella por la que seguiré hablando y escribiendo, para que otras vayan a su encuentro y poco a poco, sin que me de cuenta, me lleven ellas hasta ese rincón en el que se acomodaron. Al fin y al cabo, si mis palabras me esperan allí es que alguien las escucho y se las llevo consigo.
miércoles, febrero 24, 2010
martes, noviembre 03, 2009
lunes, octubre 19, 2009
Despierto en Otoño.
Y veo otra vez la vida que se dedica a lo suyo ante mis ojos.
No quería, nunca pude.
Gracias, hoy soy más libre, hoy he aprendido más de lo que esperaba.
No quería, nunca pude.
Gracias, hoy soy más libre, hoy he aprendido más de lo que esperaba.
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