lunes, marzo 29, 2010




Las palabras son mi único tesoro. Sé que son capital fatuo, neblina de sensaciones que se disipan al despuntar el Sol, pero ellas son las únicas que me encarnan, que me comprenden, que me hacen persona y me proyectan hacia los demás. He pasado mucho tiempo en silencio, demasiado quizás para mi salud emocional, pero la vida tiene estas cosas y lo último que me permitiría sería escribir por escribir.

Ahora me siento en el balcón imaginario de los sueños y mientras las nubes desfilan por el cielo de Madrid, me creo que esa debe ser la forma de mi alma: una nube tierna mecida por los vientos del destino que la llevan de aquí para allá según los caprichos de la atmósfera.

Ahora me surge una duda: ¿Y si la nube descubre su paisaje ideal y quiere quedarse a formar parte de él durante el resto de su existencia? ¿No tienen derecho los nómadas a asentar sus huesos en la tierra fértil que les facilita la existencia?

Como decía antes, mis palabras son mi único tesoro. Por eso hablo. Y por eso yerro. Porque sólo son palabras, y como dice el refranero, se las lleva el viento. Pero no me creo que todas se disipen, sé que alguna ha alcanzado su lugar deseado y es por ella por la que seguiré hablando y escribiendo, para que otras vayan a su encuentro y poco a poco, sin que me de cuenta, me lleven ellas hasta ese rincón en el que se acomodaron. Al fin y al cabo, si mis palabras me esperan allí es que alguien las escucho y se las llevo consigo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si, yo me las lleve, y resuenan en mi cada mañana cuando un rayo de sol me ilumina, y siento su calidez, y me envuelven, y hacen que entre en esa ensoñación en la que el recuerdo solo provoca placer.
Nunca dejes de escribir, de expresar, ni de ser tu.