¿Dónde acabará el encabezamiento de nuestra carta?
¿Cómo se avivará el rescoldo de la llama?
¿Será tan intenso el entendimiento; tan largo llegará la mecha?
Si me asomó a las lindes del futuro dudo de mí,
cuanto más de aquello que me rodea.
Los pájaros sólo son bellos mientras vuelan, como la imaginación.
Y la mía surca el infinito cada vez que se ciñe a ti.
Pero hoy no la necesito,
prefiero tu carne tostada a las nubes del ensueño.
Ahora bien,
cuando se despereza remonta el vuelo; entonces,
se revuelve y alcanza
el amor anciano, la savia injertada
por el indiviso ajeno
gramando con los años en el afecto un anhelo.
Subieran las migratorias muchas primaveras tu ventana
para abanicarte de flores y hojas caídas;
de equinoccio en equinoccio,
siembra tras siembra,
en la mañana,
cada día.
Ya se recoge;
vuelve sediento y come de mi mano.
No hay más rama que el presente
ni mayor descanso que tu cuerpo turgente.
Y luego, el resto.
Perdido ya el miedo, camino del estado translúcido,
difuminado mi espíritu con el aire
(colapso en la esencia universal)
para que te cruces a través de mi
y no me sientas.
Tan sólo una liviana huella sobre la seda de tu piel morena,
una leve marca de amor
que testifique mi locura
y se imprima en tus caderas,
endémica inquietud.
Disueltos los huesos al polvo que cubren los nichos;
sólo entonces se alcanza la paz,
tedio y sopor de los muertos
libres de la enfermedad, inmunes
al delirio, la pasión, el amor.
¡Que somos los humanos de naturaleza incierta!
Candelas incendiarias en el tiempo,
transcurso pendular del vientre a la inmensidad
donde apenas se esbozan las palabras
ni la insinuación de un latido.
Pero resta que comiences a caminar, que tomes el pulso a tu destino.
Yo solo soy una hermosa flor más en tu valle,
color en contraste con las nubes.
Llévame de paseo entre tu pelo.
Primero, sé feliz. Y luego, el resto.
martes, marzo 30, 2010
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