miércoles, febrero 06, 2008

Suspiro

Lluvia fina y brisa otoñal. Bajo el claro de la farola bailaba absorto interpretando cada nota en su cabeza. No era extraño verlo danzar bajo la lluvia pero esta vez sí tenía justificación. Él y la farola, esa era la única galaxia con la que gravitaba en la noche.

El primer beso, sus labios recibieron entonces el primer beso: un beso carnoso, fugaz por deseado, un beso dulce como la miel para su alma atormentada que se reblandeció milagrosamente. Hacia tanto que no recordaba aquel sentimiento, tanto que notó el palpito en el pecho, el latido místico de los Dioses que se vuelven humanos. Tuvo miedo de dejar huir aquel aliento apasionado, no quería desprenderse de él. El miedo, la clemencia del destino, la belleza incorruptible del primer beso, las plegarias del hombre que vivía en su interior.

Gozo, calma y gozo bajo el claro de la farola. La sonrisa de un enamorado no tiene antídoto: se irradia desde lo más hondo para iluminarlo todo como el Sol, sino del pasado que ahora se anhelaba reencontrar. La oscuridad ya no cubriría sus verguenzas, ahora quería volar desnudo bajo sus rayos para limpiar las laceraciones del pasado.

Dos gendarmes cruzan el callejón.

- Déjalo, está loco.

No, no estaba loco, estaba enamorado.



(Escrito sobre la Rapsodia sobre un tema de Paganini - Variación 18, Sergei Rachmaninov)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sigue, sigue, sigue...


O rato.

Anónimo dijo...

See here

Anónimo dijo...

See Here or Here